Mi nombre es Miguel de Jesús Gómez García, actualmente estoy cursando el cuarto y último año de la Licenciatura en Biología Marina en el CUCSUR, Melaque, Jalisco. Recientemente vi mi primera manta.
Desde la primaria decidí que me convertiría en un biólogo marino, pero fue hasta la preparatoria que yo y mis padres tomamos la decisión en serio. La transición de mi vida cómoda en Guadalajara hacia la difícil vida de un universitario en Melaque no fue nada sencilla; ahora tenía que cuidar de mí mismo, a la vez que lidiaba con trabajos cada vez más exigentes. Solamente me motivaba mi amor hacia el gran regalo que es el mar que debemos proteger a toda costa. Existía para mí un tesoro que brillaba con más intensidad, que me fascinaba con su misterio y majestuosidad, del cual pocos sabían y aún menos se preocupaban de su bienestar: la manta gigante, Manta birostris.
Una carrera con pocas generaciones, y de la cual los egresados se cuentan con una mano me hizo difícil acercarme a aquello que tanto me atraía. Pasé los primeros dos semestres ayudando con los programas de la universidad. Realicé una revisión bibliográfica sobre la manta gigante y me propuse a ponerme en contacto con personas que trabajan con la especie. Lamentablemente todas las puertas que tocaba se encontraban cerradas ante mi imposibilidad de realizar voluntariados en sitios lejanos sin ningún apoyo. Además, mis estudios limitaban mucho las fechas disponibles. Durante un simposio acerca de las islas Revillagigedo realizado en Barra de Navidad pude acercarme a Antonio Ruiz Sakamoto, integrante del Proyecto Fauna Arrecifal de la UABCS, quien me ofreció seguir en contacto y me comentó sobre el Proyecto Manta y su encargado Josh Stewart del Scripps. A pesar de las dificultades y con apoyo de mis maestros presenté mi trabajo en congresos, y en octubre del 2015 conocí a Ramiro Gallardo, quien en ese momento trabajaba en el Proyecto Manta en Yelapa, Jalisco. Con esto decidí adelantar mis prácticas profesionales un semestre con el fin de poder realizarlas en temporada de mantas.

El contacto con Josh y Antonio me abrió la posibilidad de trabajar analizando muestras de zooplancton en el ITBB, y salir a muestreos de campo con mantas. Me sorprendí al enterarme que todo el proyecto en la zona se sostenía por los biólogos recién egresados Aldo Zavala e Iliana Fonseca, quienes me enseñaron la metodología para mi residencia. Los muestreos pasaban sin el esperado encuentro con las mantas. Por años me había preparado para este momento, pero El Niño y una larga temporada de ausencia de mantas en el área de estudio parecían extinguir mis últimas esperanzas de nadar con uno de estos gigantes.

A pesar de esto disfrutaba mi trabajo en laboratorio, y las esperanzas no morían del todo. Un domingo durante el recorrido de buceo libre en Yelapa, en el que el mar nos sorprendía con el salto de las mobulas, y un bello espectáculo de zooplancton gelatinoso finalmente sucedió lo que esperaba.
Me encontraba escudriñando el verde azulado del mar cuando vi que una rémora aparecía desde la opaca capa de agua. Nunca había visto este pez lo que me hizo olvidar por un brevísimo momento que estos animales rara vez se encuentran solos. Justo detrás de la rémora se asomó el apéndice característico de la manta; el lóbulo cefálico y su ojo lleno de vida y sentimiento. Distinguí sus inconfundibles manchas dorsales, enormes pero opacadas por la inmensidad del animal entero que me pasó de largo sin dificultad. Rápidamente salí del shock y bajo el grito de ¡manta! informé a Iliana lo sucedido.

Lo que sentí a continuación no puedo expresarlo por completo con palabras. Marcamos a la manta y tomamos la fotografía para su identificación. La sensación de asombro al centrarme ante un ser tan colosal y a la vez tan dócil se mezclaba con la preocupación de hacer bien mi trabajo. El cansancio de perseguir a la manta y sumergirme en busca de una buena foto se combinaba con la felicidad y la ilusión de haber logrado convivir finalmente con uno de estos hermosísimos animales.
Para mí, como para la mayoría de los que trabajan con estas criaturas, la labor apenas comienza. La manta se encuentra amenazada, y lo que desconocemos de ella muestra la gran tarea que tenemos por delante. Pero yo sé que, con esfuerzo, esperanza y un poco de fe este, como muchos otros de nuestros tesoros, se puede salvar y es por esto que vale la pena seguir luchando por ello.